Un templo, no un cobertizo

Leyendo a Jim Rohn*…

“Algunos no tienen éxito, sencillamente porque no se sienten bien. Alguna gente se ocupa más de sus animalitos domésticos que de su propia persona. Los animales corren como el viento, y ellos son apenas capaces de subir las escaleras.

Asegúrese que su aspecto exterior sea un buen reflejo de su interior. Trate su cuerpo como si fuera un templo, no un cobertizo. El cuerpo y la mente trabajan juntos. Su cuerpo tiene que ser un buen sistema de apoyo para la mente y el espíritu. Si lo cuida bien, su cuerpo puede llevarlo a donde Ud. quiera ir, con el vigor, la fuerza, la energía y la vitalidad que va a necesitar para llegar allá. Cuide bien su cuerpo. Es el único lugar que tiene para vivir.”

*Estadounidense; conferencista sobre desarrollo personal, gerencia y ventas.

Wonderful Tonight. Eric Clapton-Mark Knoffler

Hola! Ya saben que, algunas veces, además de mis lecturas, comparto algo de mis gustos personales. Como el 30 de marzo de 1945 nacía Eric Clapton, guitarrista y cantante británico, dejo aquí un link para ver un video con Clapton y Mark Knoffler, otro genio de la guitarra, que tantos momentos de buena música nos vienen brindando.

Solución de problemas

Leyendo a Jim Rohn*…

«Para resolver cualquier problema, he aquí tres preguntas que debe hacerse:

Primera, ¿qué podría hacer?
Segunda, ¿qué podría leer?
Y tercera, ¿a quién le podría preguntar?

Generalmente, el verdadero problema está a dos o tres preguntas de la superficie…

El mejor lugar donde resolver un problema es en el papel

**Jim Rohn, estadounidense, conferencista sobre desarrollo personal, gerencia y ventas.

Con sólo tres cuerdas

Me gustó esta historia que me llegó en un boletín:

«El 18 de Noviembre de 1995, el violinista Itzhak Perlman subió al escenario para dar un concierto en el salón Avery Fischer del Lincoln Center, en la ciudad de Nueva York. Subir al escenario no es un logro pequeño para él; sufrió de poliomielitis cuando era chico, tiene abrazaderas en ambas piernas y camina con la ayuda de muletas.

Verlo caminar sobre el escenario de un lado a otro, paso a paso, lentamente, es una escena conmovedora. Camina en forma penosa, pero también majestuosa, hasta que alcanza su silla. Después se sienta y pone sus muletas sobre el piso, abre los broches de las abrazaderas en sus piernas, recoge un pie y extiende el otro hacia adelante. Luego se inclina y recoge el violín, lo pone bajo su barbilla, hace una seña al Director y procede a tocar.

Pero esta vez, algo ocurrió: justo cuando terminaba de tocar sus primeras barras, una cuerda de su violín se rompió. . . No había dudas de lo que ese sonido significaba, no había dudas de lo que él tendría que hacer.

Los que estaban allí esa noche, pensaron: “va a tener que ponerse de pie, abrocharse las abrazaderas, recoger las muletas y renguear hasta afuera del escenario para encontrar otro violín u otra cuerda” o “tal vez pida ayuda a un colaborador…”

Pero no fue así. En su lugar, él esperó un momento, cerró sus ojos y, después, hizo señas al Director para volver a tocar; la orquesta empezó y él tocó desde donde había parado. ¡Tocó con tanta pasión, con tanto poder y con una claridad que nunca antes se había escuchado!

Claro, cualquiera sabe que es imposible tocar una obra sinfónica con sólo tres cuerdas. Pero esa noche, Itzhak Perlman se rehusó a saberlo. Podía observarse como modulaba, cambiaba y recomponía esa pieza en su cabeza. Encontraba en las tres cuerdas restantes, los sonidos que tenía que darle la cuerda que le faltaba. Y esto, a velocidad de concierto. Y esto, en medio de la ejecución de una pieza ya de por sí complicada para cuatrocuerdas…

Cuando terminó, había un silencio impresionante en el salón. Después, la gente se levantó y lo aclamó emocionada. El sonrió, se secó el sudor de sus cejas, alzó su arco para callar al público y dijo, no de manera presumida, sino en un tono tranquilo, humilde, pensativo y reverente:

“Ustedes saben, algunas veces, la tarea del artista es la de averiguar cuánta música podemos producir con lo que nos queda, con lo que tenemos.”

Y ¿quién sabe?, tal vez esa sea la definición de la vida, no sólo para los artistas.»

PD: De La Enseñanza Semanal

Por qué no somos todos iguales

Leyendo otros blogs…

Una no suele estar consciente de estas cosas. Aunque se lo percibe en el diario vivir, salvo las gentes del Derecho, muchos de nosotros no entendemos bien por qué estas cosas son así, y el siempre invocado sentido común no nos sirve de mucho. Les dejo aquí un post del blog SaberDerecho, un blog en el que podemos aprender sobre lo que somos en tanto vivimos en sociedad, enmarcados por la Ley. Uno que me interesó es este posteado por Gustavo Arballo

“… Hoy hay un artículo en «La Nación» que llama la atención de mucha gente… Se trata de un chico de 19 años, víctima de un accidente de tránsito ocurrido en 2001, y el juicio había iniciado por sus adoptantes.

Dice textual la nota de La Nación: Para un tribunal santafecino, la vida de un joven de un hogar humilde vale apenas 8000 pesos, porque “sus sueños de progreso culminarán, por el peso de la realidad, transformándose en verdaderas utopías”.

Así lo señala un fallo de la Cámara de Apelaciones en lo Civil, Comercial y Laboral de Rafaela, distrito situado en el oeste de esta provincia. La sentencia no hace lugar a un pedido de resarcimiento económico reclamado por los guardadores judiciales (padres adoptantes) de Luis Antonio Alvarez, de 19 años, víctima de un accidente de tránsito ocurrido en 2001.

La familia había solicitado un resarcimiento de 57.000 pesos, pero la Cámara fijó una indemnización de sólo 8000 pesos en concepto de “pérdidas de chance” por la futura ayuda moral y material que hubiese aportado el joven a su hogar de no haber fallecido como consecuencia del accidente.

Antes que nada: 8.000 pesos parece muy poco para una muerte. Yo hubiera revisado el expediente cien veces, en busca de una solución que me resultara más «de equidad». Lo cual no quita que, en rigor, los jueces puedan haber «dicho el derecho» de modo correcto, al aplicar la ley.

¿Todas las vidas valen lo mismo?

No hablamos de filosofía, sino de plata, y la respuesta es que depende.

Antes de eso, pensemos en un supuesto menos dramático, un accidente de tránsito que provoca renguera. En un juicio, no va a ser lo mismo si la víctima es Ronaldo, que si soy yo. La pierna de Ronaldo, tan maltratada como está la pobre, vale más que la pierna mía, pero eso es porque la pierna de Ronaldo le genera a él la posibilidad de ganar millones, mientras que a mí, la mía sólo me ayuda a trasladarme lastimosamente, y a correr algún 10k de vez en cuando.

Simplifico: en derecho civil, una indemnización por muerte requiere una atribución de culpabilidad (que puede ser exclusiva, o concurrente, p.ej., si la víctima arrollada cruzó por el medio de la calle y no por la esquina, en cuyo caso se puede decir que en parte fue culpa suya, y reducir la condena en esa misma proporción) y una determinación del quantum, lo que se desglosa en varios rubros:

(1) El «daño emergente». Lo que costó, por caso, el tratamiento hospitalario, el servicio funerario, etc.

(2) El «valor de la vida humana». Este es el rubro, diremos, principal, que computa el valor actual de la pérdida económica que sufrirán quienes recibían aportes económicos del difunto. La existencia de esos aportes -cuya falta equivale a daño- se presume de modo automático en el caso de familiares muy directos, y debe ser justificada en casos donde ese parentesco no exista; su calidad y significación, hay que probarlas. Se va a considerar que puede ser un aporte de trabajo, de apoyo cotidiano, etc., que eso vale, y aún así no dejará de ser económico, cuantificable, y susceptible de cálculo actuarial. Es decir, esta parte, se resuelve, «sí o sí», con ecuaciones.

(3) El «daño moral». Esto tiene que ver con la suma que el juez estima conducente para reparar la aflicción provocada por la muerte, y también varía mucho, pudiendo ser de hasta $ 100.000, digamos. A veces más que eso, especialmente cuando los jueces miran la conducta del autor del hecho y sus móviles, actitudes posteriores, etc., y lo usan con una lógica «sancionatoria», más que resarcitoria. Pero es un dato estimatorio, que el juez concede dentro de parámetros que espontáneamente ha ido estableciendo la jurisprudencia. Ergo, aquí no hay, ni habrá, ecuaciones.

Lo común es que la muerte de un chico (no trabajador) que cotiza bajo en «valor vida» en el sentido antes explicado, se contrapese con fuertes asignaciones de «daño moral», porque se trata en general de pérdidas muy traumáticas. Pero el daño moral no lo puede reclamar cualquiera: la ley (art. 1078 del Cód. Civil) lo restringe taxativamente a herederos forzosos (normalmente, padres, hijos, cónyuges). O sea, que no lo pueden reclamar novios, criadores, amigos íntimos, etc.

A veces, se incluye otro rubro, el «daño psicológico» para el sobreviviente, aunque muchos entienden que no constituye en sí mismo un capítulo independiente del daño material o moral, sino una especie subsimible en uno o en el otro.

(4) La «pérdida de chance». Es una especie de derivación hipotetizada del «valor vida», que se aplica cuando lo que existe en cabeza de quienes reclaman es el valor económico de una expectativa de hechos futuros, conforme a cómo se pueda proyectar la situación en la contrafáctica de que la muerte no hubiese ocurrido. Por ejemplo, se asigna el rubro en función de la «chance» de que los hijos hubieran ayudado a sus padres en la vejez (lo cual casi siempre se da por descontado), y entonces hay que dilucidar el quantum de lo que podría haber sido esa ayuda proyectada.



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