Lluvia. Soneto. Horacio Rega Molina

Poemas que me gustan…

Barquito-papel

¿Por qué la lluvia nos conmueve tanto,
si ella baja con ritmo paralelo,
hoy también como ayer, de un mismo cielo,
con un mismo dolor y un mismo canto?

¿Será tal vez el sugestivo encanto
de que, por un fenómeno gemelo,
nosotros nos hallamos en su duelo
y ella se reconoce en nuestro llanto?

La lluvia trae algún recuerdo ausente
con la bruma del tiempo y la distancia.
Y es tal la evocación que, de repente,

se nos figura, desde aquella estancia,
que hemos visto cruzar en la corriente
el barco de papel de nuestra infancia.

Horacio Rega Molina, La víspera del buen amor, 1925

Leído en: Libro El Soneto en la Argentina – Antonio Requeni
Otras lluvias:  Lluvia. Raúl González Tuñón   Días de lluvia. Lin Yutang
Abajo, en los comentarios, más poemas inspirados por la lluvia: Lorca, Pessoa, Borges…

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Autor: AcuarelaDePalabras

Lecturas entre amigos...

4 opiniones en “Lluvia. Soneto. Horacio Rega Molina”

  1. La lluvia. Jorge Luis Borges

    Bruscamente la tarde se ha aclarado
    Porque ya cae la lluvia minuciosa.
    Cae o cayó. La lluvia es una cosa
    Que sin duda sucede en el pasado.

    Quien la oye caer ha recobrado
    El tiempo en que la suerte venturosa
    Le reveló una flor llamada rosa
    Y el curioso color del colorado.

    Esta lluvia que ciega los cristales
    Alegrará en perdidos arrabales
    Las negras uvas de una parra en cierto

    Patio que ya no existe. La mojada
    Tarde me trae la voz, la voz deseada,
    De mi padre que vuelve y que no ha muerto.

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  2. Llueve en silencio. Fernando Pessoa

    Llueve en silencio, que esta lluvia es muda
    y no hace ruido sino con sosiego.
    El cielo duerme. Cuando el alma es viuda
    de algo que ignora, el sentimiento es ciego.
    Llueve. De mí (de este que soy) reniego…

    Tan dulce es esta lluvia de escuchar
    (no parece de nubes) que parece
    que no es lluvia, mas sólo un susurrar
    que a sí mismo se olvida cuando crece.
    Llueve. Nada apetece…

    No pasa el viento, cielo no hay que sienta.
    Llueve lejana e indistintamente,
    como una cosa cierta que nos mienta,
    como un deseo grande que nos miente.
    Llueve. Nada en mí siente…

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  3. Lluvia. García Lorca

    La lluvia tiene un vago secreto de ternura,
    algo de soñolencia resignada y amable,
    una música humilde se despierta con ella
    que hace vibrar el alma dormida del paisaje.

    Es un besar azul que recibe la Tierra,
    el mito primitivo que vuelve a realizarse.
    El contacto ya frío de cielo y tierra viejos
    con una mansedumbre de atardecer constante.

    Es la aurora del fruto. La que nos trae las flores
    y nos unge de espíritu santo de los mares.
    La que derrama vida sobre las sementeras
    y en el alma tristeza de lo que no se sabe.

    La nostalgia terrible de una vida perdida,
    el fatal sentimiento de haber nacido tarde,
    o la ilusión inquieta de un mañana imposible
    con la inquietud cercana del color de la carne.

    El amor se despierta en el gris de su ritmo,
    nuestro cielo interior tiene un triunfo de sangre,
    pero nuestro optimismo se convierte en tristeza
    al contemplar las gotas muertas en los cristales.

    Y son las gotas: ojos de infinito que miran
    al infinito blanco que les sirvió de madre.

    Cada gota de lluvia tiembla en el cristal turbio
    y le dejan divinas heridas de diamante.
    Son poetas del agua que han visto y que meditan
    lo que la muchedumbre de los ríos no sabe.

    ¡Oh lluvia silenciosa, sin tormentas ni vientos,
    lluvia mansa y serena de esquila y luz suave,
    lluvia buena y pacifica que eres la verdadera,
    la que llorosa y triste sobre las cosas caes!

    ¡Oh lluvia franciscana que llevas a tus gotas
    almas de fuentes claras y humildes manantiales!
    Cuando sobre los campos desciendes lentamente
    las rosas de mi pecho con tus sonidos abres.

    El canto primitivo que dices al silencio
    y la historia sonora que cuentas al ramaje
    los comenta llorando mi corazón desierto
    en un negro y profundo pentágrama sin clave.

    Mi alma tiene tristeza de la lluvia serena,
    tristeza resignada de cosa irrealizable,
    tengo en el horizonte un lucero encendido
    y el corazón me impide que corra a contemplarte.

    ¡Oh lluvia silenciosa que los árboles aman
    y eres sobre el piano dulzura emocionante;
    das al alma las mismas nieblas y resonancias
    que pones en el alma dormida del paisaje!

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