Me encanta mirar publicidades de antes! Algunas cosas han cambiado… pero no todas! 😉
Consejos, de 1953, para las esposas.
(que cada uno saque sus conclusiones)
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Consejos, de 1953, para las esposas.
(que cada uno saque sus conclusiones)
Junio 26, Día de los Abuelos según la liturgia católica (San Joaquín y Santa Ana, abuelos de Jesús). Aquí un hermoso cuento ilustrado por Lirael42:
«Todo el mundo tiene abuelas, aunque algunos ya ni se acuerdan, porque ha pasado el tiempo y ellos mismos se han convertido en abuelos.
La mayoría de gente tiene dos, que es lo más común: la abuela materna, que es la madre de la madre; y la abuela paterna, que es la madre del padre.
Hay quien tiene solo una, pero que vale por siete.
También, aunque más raramente, hay casos como el de Ramón, que tenía una docena de abuelas porque su abuelo materno era mormón.
De abuelas hay de muchas formas, clases, alturas, tamaños pesos y colores. Por eso es fácil diferenciarlas. Algo muy útil, porque si no uno andaría todo el día confundiéndose de abuela y sería un verdadero engorro.
Por ejemplo, si uno se confunde de abuela, la merienda cambia, porque hay abuelas que cuando te van a buscar al colegio te llevan bocadillos de queso y otras, en cambio, te dan para merendar pan con chocolate.
Otro problema que hay es, que si te confundes de abuela, tampoco juegas a lo mismo. Hay abuelas a las que les encanta contar cuentos y disfrazarse de pirata, de lobo o de princesa. Otras prefieren hacer punto de cruz o colchas de ganchillo mientras cantan canciones de cuna. Y también las hay a las que les gusta hacer volar cometas, aunque de este tipo no hay en todo el mundo, porque las cometas, como se sabe, solo vuelan si hay corrientes de aire y en los lugares donde no sopla el viento, estas abuelas son muy escasas. Cuando las abuelas que vuelan cometas no pueden hacerlas volar, se dedican a la cría de saltamontes. Las abuelas que crían saltamontes son una verdadera rareza. Si tienes una abuela de este tipo, puedes presentarla a un concurso de abuelas porque casi seguro que ganará.
A las abuelas también se las puede diferenciar por su olor.
Las hay que huelen a durazno, que es lo mismo que oler a melocotón. Otras huelen a colonia o a jabón. Algunas, según el día, huelen diferente; hay días que huelen a canela y otros a vainilla o a limón. Las que casi todo el mundo adora son las que huelen a tostadas con mantequilla.
También las que hay que huelen a chotuno, sobre todo si son pastoras de cabras y andan todo el día por el monte. Estas suelen ser abuelas de verano, a las que ves solo cuando te dan vacaciones en la escuela y viajas al pueblo para pasar allí unos días.
Hay noticia de una abuela que no olía absolutamente a nada, pero todavía no se ha podido comprobar si es cierto, porque un día se perdió y los sabuesos que la buscan siguen sin encontrar su rastro.
Las abuelas suelen ser blandas y por eso los nietos, cuando son pequeños, duermen tan plácidamente en sus brazos. Los bebés creen que están hechas de nubes y, al cerrar los ojos, sueñan que vuelan sobre ellas y sonríen.
El carácter de las abuelas también varía. Las hay dulces y las hay adustas. Alegres y más bien tristes. Besuconas y ariscas. Serias y un poco locas. Las hay que se ríen por todo y las hay que no se ríen por nada. Algunas, cuando vas a visitarlas, dejan que te subas a la lámpara y otras no te dejan casi ni pestañear.
Una vez, se dio el caso de una abuela que era de carácter cambiante: por la mañana era dulce; al mediodía, insulsa y por la noche, agria. Según cuentan, un eminente médico consiguió, después de meses de arduo estudio y aplicando un nuevo tratamiento altamente complicado y secreto, mezclar sus caracteres y ahora es una abuela agridulce. Tiene un sabor tan logrado, que la han contratado en un restaurante chino para aderezar los platos de pollo.
Las abuelas más típicas llevan moño gris y bastón, porque ya son viejecitas. Pero también las hay de muy jóvenes. Esas se visten con colores brillantes. Entre los zíngaros son habituales los casos de abuelas jóvenes con vestidos alegres. El más famoso es el de la abuela Iris, que tuvo a su primer nieto con 23 años, cuatro meses y dos días y en su armario guardaba 365 vestidos. Uno para cada día del año. Solo repetía vestido los años bisiestos; el 29 de febrero se ponía el mismo traje que había llevado el 28. Los que se iban rompiendo los usaba para reparar la carpa del circo en el que trabajaba adiestrando tardígrados, a los que entrenaba a diario para que aprendieran a bailar claqué con sus ocho patas a la vez.
A veces, las abuelas se estropean. Se ponen enfermitas y entonces tenemos que cuidarlas e ir a visitarlas, porque se alegran mucho cuando nos ven y se curan antes. En estos casos, debemos tener mucho cuidado y estar alerta al coger el metro o el autobús si vamos solos a su casa. Hay lobos sueltos que se disfrazan de personas y nos pueden hacer daño. Recordad el caso de Caperucita y su abuela.
A las abuelas debemos cuidarlas, porque cada abuela es especialista en una cosa y esa cosa la hace mejor que nadie. Por eso, se dice: el caldo de mi abuela…, los cuentos de mi abuela.., los jerséis de mi abuela… y cosas parecidas. Las abuelas pasan a la historia por esa cosa especial que las caracteriza y que las hace diferentes a cualquier otra abuela del mundo, y cuando ya no están para hacerlo, las añoramos mucho.
Ramona, Manuela, Mari o Teresa. Rosa, Angelita, o Isabel. Amparo, Antonia o Asunción. Juani, Juli, Marga, Mercedes o Luisa. Emma, Carmen, Cristina, Montse o Tomasa… No importa su nombre, porque es la abuela, la yaya, la nana, la abuelita, la nonna, la abue, la yayi, la güeli, la abu, la yayita… Todas son abuelas, pero todas son distintas.
Y tu abuela, ¿por qué es única?»
Leído en: Blog Martes De Cuento:
https://martesdcuento.wordpress.com/2014/04/01/una-abuela-unica/
Junio 26, Día de los Abuelos según la liturgia católica (San Joaquín y Santa Ana, abuelos de Jesús).
Aquí, desde Martes de Cuento, una hermosa historia ilustrada por Dani Padrón (http://daniipadron.blogspot.com.es/):
«El abuelo tiene poco pelo blanco y lleva gafas. Lo que más me gusta de él es su sonrisa. Cuando me mira, de sus ojos saltan chispitas. Luego se ríe a carcajadas y yo me río con él. Los demás no saben de qué nos reímos, pero también se ríen. La risa del abuelo es contagiosa.
Me gusta que me coja en brazos y me dé besos.
Cuando viene a buscarme al cole siempre llega temprano, para ser el primero. Después, nos vamos a jugar al parque o me lleva a casa.
Merendamos juntos. Al abuelo también le gusta el chocolate y, cuando llega el verano, nos tomamos un helado muy grande, sentados en un banco, a la sombra del álamo que hay al final de la calle Mayor.
Me encanta ir a casa del abuelo, porque su casa está llena de tesoros.
El abuelo tiene una caja de laca roja con flores pintadas encima y al abrir la tapa suena música y un bailarín y una bailarina dan vueltas sin parar sobre un espejo. Le pido al abuelo que me siente sobre sus rodillas y juntos miramos a los bailarines sin decir nada, hasta que se termina la cuerda y se acaba el baile. Ella lleva un vestido muy cortito de tul blanco y una flor en el pelo y él un frac y un sombrero de copa muy alto.
El abuelo tiene una gran biblioteca llena de libros y, en un rincón, hay un estante para mí. Allí ordeno los cuentos que él me regala.
Mi abuelo siempre lee en su sillón rojo y yo me pongo a su lado y le pido que me cuente alguna historia de piratas, de dragones o de brujas.
Cerca del sillón rojo está su viejo escritorio de madera. En él, el abuelo guarda muchas cosas. A veces, el abuelo me dice:
-¡Ven! ¡Vamos a buscar tesoros!
Entonces abrimos los cajones y encontramos cosas increíbles.
Una goma muy chiquita, que borra los errores que cometemos. Dice el abuelo que no es malo equivocarse, lo malo es no reconocer que nos hemos equivocado, porque entonces no podemos borrar el error y empezar de nuevo. Dice que es como cuando escribimos mal una letra en el cuaderno del colegio, que es mejor arreglarla que dejarla en la libreta sin hacer nada, porque luego, cada vez que la miramos o cada vez que pensamos en ella, nos acordamos de que la hemos hecho mal y eso nos pone de mal humor. El abuelo siempre está de buen humor porque usa mucho su goma de borrar.
También tiene una grapadora para grapar los enfados al papel cuando quieren salir de dentro en forma de gritos y pataletas. El otro día la usé y funciona muy bien. Me enfadé con papá y con mamá porque no me dejaron ir con ellos al cine y tuve que quedarme a dormir en casa de los abuelos y como no paraba de quejarme y de llorar, el abuelo me enseñó a usarla. Fuimos escribiendo en papeles de colores lo que yo sentía y grapando cada papel sobre una hoja grande con la grapadora de los enfados. Mientras, él me contaba que todo lo malo que sentimos es mejor graparlo, porque si anda suelto puede hacernos daño a nosotros o a los que están cerca. En cambio, si está bien sujeto, como no se puede mover, acaba por cansarse y desaparece. Al terminar, la hoja de papel estaba llena de cosas malas grapadas y yo ya me sentía mucho mejor.
Uno de los tesoros que más me gusta es su pluma de color verde y dorado que se carga con la tinta de los sentimientos. Es una tinta que parece normal, pero no lo es. Se tiene que preparar, antes de usarse. Con mucho cuidado, para no mancharte, se abre la tapa negra del tintero de cristal y, sin que nadie lo oiga, se le dicen a la tinta los secretos. Cuando ya lo has dicho todo, solo tienes que cargar la pluma con la tinta de los sentimientos y escribir, porque la tinta se encarga de decir todo lo que tú no te atreves.
En cada cajón, el abuelo guarda un tesoro, aunque mi tesoro preferido no está ahí. El tesoro que más me gusta lo tiene colgado del cielo. Si salimos al balcón de noche lo podemos ver. Hay que mirar hacia arriba, a la derecha, justo sobre el campanario, para poder contemplar su tesoro más valioso. Allí, en lo más alto, está el rincón de cielo donde guarda sus estrellas.
Dice el abuelo que solo los que guardan estrellas son felices. Por eso el abuelo me ha enseñado a guardarlas. Es muy fácil. Solo tienes que mirar al cielo y elegir un rincón, siempre el mismo, y empezar a contar… una, dos, tres, cuatro… Cada estrella que guardas en ese rincón es una cosa que te gusta, una persona a la que quieres, un lugar al que quieres volver, un día especial, un deseo por cumplir… Cuantas más estrellas guardas, más valioso es tu tesoro. Porque dice el abuelo que los tesoros auténticos, los que de verdad importan y tenemos que guardar, son las cosas que no podemos tocar con las manos.
Después, cuando te sientes solo o estás triste, lo único que tienes que hacer es buscar tu tesoro en tu rincón de cielo y al contar las estrellas vuelves a sentirte feliz.
Por eso, lo mejor es hacer como el abuelo y como yo y elegir el rincón de cielo más estrellado.
Leído en: Blog Martes de Cuento:
https://martesdcuento.wordpress.com/2014/07/22/los-tesoros-del-abuelo/