Infierno: una definición

En Los hermanos Kamarazov, Dostoyevski escribió:

“Padres, maestros, me pregunto, “¿Qué es el infierno?”. Mantengo que es el sufrimiento de no poder amar.»

En la misma novela, Dostoyevski revela cómo es que un ser humano llega a la infernal incapacidad de amar:

Un hombre que se miente a sí mismo y cree en sus propias mentiras, se vuelve incapaz de reconocer la verdad, tanto en sí mismo como en cualquier otro, y acaba perdiendo todo respeto para sí mismo y para los otros. Cuando no tiene respeto, ya no puede amar, y acaba cediendo a sus impulsos, indulge en la forma más baja del placer y se comporta como un animal satisfaciendo sus vicios. Y todo se produce por la mentira -a otros y a uno mismo-.»

Leído en:
http://pijamasurf.com/2018/02/por_que_la_definicion_del_infierno_de_dostoievski_probablemente_sea_la_mejor_que_existe/

Ideas y pensadores: Marcuse, el pensador de las sociedades autoritarias

25 de agosto de 2019

Se publica “Tecnología, guerra y fascismo”, sus ensayos de los años ’40
Volver a Marcuse como el pensador de las sociedades autoritarias

«En Foco Antes de Eros y civilización y El hombre unidimensional, antes de ser el héroe de la nueva izquierda de los años 60, Herbert Marcuse reflexionó y actuó en contra del fascismo y el nazismo, a los que consideraba más como parte de los dispositivos del capitalismo que como acontecimientos aislados o excepcionales. Tecnología, guerra y fascismo recoge estos textos de los años 40 que le hablan a un presente europeo y en cierta medida global, tremendamente inquietante.

Por Fernando Bogado

Conviene ser claros en algo: el fascismo no se acabó con la caída de Mussolini o la muerte de Hitler. Ese corte histórico funciona mejor como una anécdota que como un dato efectivamente real, comprobable en el mundo contemporáneo. El surgimiento de figuras como Trump o Bolsonaro, o incluso el avance de la extrema derecha en Europa (Inglaterra, Francia, otra vez: Alemania e Italia) no pueden ser casualidades o meras circunstancias. Hay algo operando en la lectura de la historia que va más allá del corto plazo, algo que debería permitirnos leer este tipo de avances y darles un contexto. El problema siempre ha sido quedarnos con la idea de apariciones espontáneas o pretendidos “giros” que tienen un componente metafórico propio de lo súbito: ¿no habría que leer esos fenómenos en función de una lógica que habilita ese tipo de formas de gobierno? El libro que acaba de publicar Ediciones Godot, Tecnología, guerra y fascismo, del filósofo alemán Herbert Marcuse (1898-1979) podría funcionar como una clave interpretativa que, lejos de hablar de un mundo perimido, interpela al monstruo más terrible de todos: nuestro presente.

Marcuse siempre ha quedado como una figura un tanto exterior al núcleo duro de la Escuela de Frankfurt. Mientras que Max Horkheimer y Theodor Adorno han pasado a ser los nombres de referencia más inmediata en los avatares del Instituto de Investigaciones Sociales, nombres como Erich Fromm, Franz Neumann o Friedrich Pollock quedan claramente opacados, puestos en una segunda línea. Incluso, es más fácil poner en la lista de intelectuales de la Escuela a alguien como Walter Benjamin, quien nunca formó parte de manera oficial del Instituto, antes que al propio Marcuse. Y es que, como bien detalla la larga introducción de Douglas Kellner a esta colección de trabajos de los años ’40, Marcuse pasó de ser cercano al director del grupo, Horkheimer, a ser lentamente desplazado por la injerencia de Theodor Adorno. Resultado, claro está, de esas clásicas conspiraciones a las cuales ningún espacio académico es ajeno.

Roto su vínculo con Horkheimer y Adorno, y ubicado en suelo norteamericano debido a la huida de estos intelectuales de la Alemania nazi, Marcuse se dedica, durante un número importante de años, a trabajar como analista senior dentro de la Oficina de Información de Guerra (OWI, según sus siglas en inglés). Ingresando en 1942, su principal tarea fue la de analizar a la sociedad fascista alemana en términos sociológicos y filosóficos para poder construir una campaña de contrapropaganda tanto en Estados Unidos como en Europa. El rol de “informante” siempre le pesó a quien luego sería un autor obligatorio para los movimientos de la Nueva Izquierda de las décadas de los ’60-’70, aunque habría que decir que más le molestó a sus defensores que al propio Marcuse. Él entendió que, en ese contexto, la guerra era contra el fascismo, y estaba orgulloso de haber tenido su lugar dentro de la contienda. Desde esa posición, sus análisis se convirtieron en documentos vitales para la acción de la inteligencia de los Aliados contra el fascismo, lo cual revela la idea que tenía Marcuse de una filosofía apegada a cierto modo de la praxis. Algo que para Adorno resultaría un acto de la más pura y peligrosa barbarie.

El análisis de Marcuse de la sociedad fascista resalta la importancia del vínculo con ciertos elementos del capitalismo para poder entender la emergencia de este tipo de lógica política. El nazismo no sería, entonces, el rechazo del mercado libre y la competencia, sino un modo de consumación, de cristalización de esa característica. En “Algunas implicaciones sociales de la tecnología moderna”, único texto de este libro publicado en vida, Marcuse distingue entre “tecnología” y “técnica” para poder comprender a Hitler y compañía. La “tecnología” sería tanto la “técnica” (el “aparato técnico de la industria, el transporte y la comunicación”) como los propios individuos y el orden social que rige sus vinculaciones. O sea, “tecnología” es tanto las cosas como el pensamiento que hace que las cosas encuentren su lugar en el mundo, su modo de ser operadas o el orden político en el cual emergen. Es así que, en un sentido estricto, la centralidad de la “eficiencia” que parece propia del mundo de las máquinas se convierte en un principio de organización social que presenta cambios en el conjunto y a nivel individual. En pos de esa eficiencia, cada sujeto tiene que abandonar rasgos de su personalidad y amoldarse a una correcta operatividad general: la idea de la “máquina social” ha tomado forma. Ese tipo de construcción ideológica se contrapone a la defensa de los ideales de la autonomía propios del iluminismo y la razón occidental: la racionalidad se convierte en lo irracional, en la barbarie fascista, por seguir sus propios mandatos, desatenta a la capacidad crítica de lo humano y abrazando el tipo de racionalidad tecnológica que se impone en el fascismo. Así, el Estado se convierte en un medio para poder llegar a su propia anulación: en la sociedad fascista, existe un dominio directo de la burguesía poderosa sobre el resto de los individuos, los cuales se encuentran ahora sometidos a la idea de supervivencia del más apto propia de los principios de la competencia del libre mercado. La burocracia es menos una parte central del orden estatal que un grupo de especialistas que cumplen las órdenes de ese capital imperialista, transnacional y salvajemente sistemático.

Para Marcuse, ese panorama no va a cambiar terminada la Segunda Guerra. En el clima de la Guerra Fría, anota en un trabajo inédito, casi un apunte, sencillamente denominado “33 tesis”, una visión horrorosa del mundo que se abrió “caído” el fascismo. Por un lado, el bloque soviético tiende a la restricción de cualquier tipo de desarrollo individual de los sujetos a los fines de organizarse contra el enemigo, mientras que los países que conforman el bando contrario, más temprano que tarde, adoptan modos propios de un “neofascismo”, el cual comprueba la dialéctica represora del orden capitalista. Nada o casi nada ha quedado de lo mejor de las democracias liberales, repartidas sus características entre dos bandos que, por diversas razones, resultan ajenos a cualquier idea de revolución.

Artículos, cartas, anotaciones, ideas: el material reunido en Tecnología, guerra y fascismo permite ver a un Herbert Marcuse previo a sus textos más recordados (como Eros y civilización, de 1955, o El hombre unidimensional, de 1964) pero con un conjunto de observaciones que llegan a una claridad deslumbrante con respecto a un paisaje por demás oscuro. El fascismo no es un acontecimiento, sino algo que anida en el capitalismo: uno y otro se necesitan y, a la larga, derivan en lo mismo, la sociedad tecnológica. Valores como la eficiencia, el orden, la correcta ejecución y la competencia tomada como algo “natural” no son cosas nuevas en nuestro atribulado mundo de extrema derecha. Forma todo parte del mismo juego, del mismo tipo de pensamiento, de la misma penumbra.»

Leído en: https://www.pagina12.com.ar/213877-volver-a-marcuse-como-el-pensador-de-las-sociedades-autorita

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San Agustín: Ama y haz lo que quieras – Amor ágape

Agosto 28 – Día de San Agustín

Debajo de esta entrada de 2005*, algunos comentaron su parecer y una persona -Martha, de México- dijo lo que, desde mi perspectiva, significan las palabras de San Agustín que anoto más abajo. Esa persona dijo:

«Con todo respeto, creo que la mayoría de los comentarios sobre esta hermosa frase se desviaron totalmente… San Agustín se refería a la Libertad que adquiere el Ser Humano cuando concibe vivir en el AMOR (AMOR ÁGAPE, AMOR DE DIOS)… Una vez que te vuelves esencia de ese Amor, ya no necesitas recordar las leyes o límites que la sociedad nos pone y que muchas veces se vuelven cadenas de esclavitud…

Podrás hacer lo que quieras, porque lo que quieras serán todas cosas buenas, no te tendrán que recordar «no matarás» porque reaccionarás con amor y sin deseo alguno de dañar a nadie… No robarás ni una moneda porque no querrás hacer daño al otro quitándole lo que no es tuyo… Al amar respetarás a los demás, a tus vecinos, a tus compañeros, etc. Por donde vayas querrás transmitir ese Amor y en Libertad querrás ir sólo a lugares sanos, comer sano, vivir sano, y querrás transmitir de esa misma sanidad a los demás…

San Agustín se refería a eso: Al Amor como esencia de Libertad, ya no serán necesarias las leyes humanas cuando vivamos en ese Amor. Por eso podremos hacer lo que queramos, siempre que en nosotros haya Amor.»

«Si callas, callarás con amor,
si gritas, gritarás con amor,
si corriges, corregirás con amor,
si perdonas, perdonarás con amor.

Si está dentro de ti
la raíz del amor,
ninguna otra cosa sino el bien
podrá salir de tal raíz.»

Por mi parte, le respondí a Martha que «Las personas comunes, que no vivimos en estado de sanidad/santidad/gracia, tenemos gran dificultad en captar plenamente estas hermosas palabras de San Agustín y tantos otros pensamientos de personas que las dicen desde otros estados de conciencia y conocimiento de sí -por llamarlo de alguna manera.»

*Archivo/2005/AcuarelaDePalabras: https://acuarela.wordpress.com/2005/04/08/ama-y-haz-lo-que-quieras-san-agustin/

San Agustín: https://es.wikipedia.org/wiki/Agustín_de_Hipona

En fin… cada uno entiende lo que puede

Cosas que los niños deben aprender en casa, y no en el cole (vía imageneseducativas)

Me gustó, lo comparto

«by ACRBIO · 23 abril, 2019

Aquí os dejo unas enseñanzas de José Múgica, expresidente de Uruguay, que me parecen bastante atinadas.

“En la casa se aprende a: saludar, dar las gracias, ser limpio, ser honesto, ser puntual, ser correcto, hablar bien, no decir groserías, respetar a los semejantes, ser solidarios, comer con la boca cerrada, no robar, no mentir, cuidar la propiedad y la propiedad ajena, ser organizado.

En la escuela se aprende: Matemáticas, castellano, ciencias, estudios sociales, inglés, geometría, y se refuerzan los valores que los padres y madres han inculcado a los hijos”.

Normas sociales

En la hora de comer, hay que sentarse en la mesa
Si tienes que decir algo utiliza un tono de voz adecuado
Cumplir las nomas de seguridad, como ponerse el cinturón en el coche
Tratar a los demás como nos gustaría que nos tratasen a uno mismo siendo amable y respetuoso
Cumplir los horarios de casa, por ejemplo, volver a la hora acordada
Tratar a los demás sin agresividad, sin pegar ni gritar
No exigir cosas para comprar que no sean necesarias
Esperar el turno de palabra antes de hablar
Ser educado y cordial siempre
Pedir permiso antes de coger cualquier objeto ajeno
Saludar y despedirse siempre
Dar las gracias y ser agradecido
Compartir con los demás
Escuchar con atención cuando te hablen
Si te equivocas y haces daño a alguien, pedir disculpas

Buenos modales en la mesa

Lavarse las manos antes de las comidas.
Sentarse con la espalda recta.
No colocar los codos sobre la mesa.
Colocarse la servilleta de manera adecuada sobre nuestro regazo.
Tomar la comida completa antes de repetir.
Colocarse correctamente aprovechando los espacios y sillas libres.
Arrimarse a la mesa con cuidado, sin arrastrar con fuerza la silla.
Servir la bebida antes de empezar.
Ayudar a poner la mesa y también ofrecerse para recogerla al final.
No comenzar hasta que todas las personas que están con nosotros tengan su plato servido.
Si hay aperitivos, no coger el primero, esperar a que los demás escojan antes.
No coger el último aperitivo que queda en una bandeja sin ofrecérselo a alguien.
Masticar con la boca cerrada y no hablar con la boca llena.
No hacer ruido al masticar.
No sorber la sopa.
No jugar con los cubiertos.
No empujar con los dedos, sino con un trocito de pan.

Normas de comportamiento

A ayudar con las tareas domésticas.
A no llevarse ninguna cosa de los demás, a pedir las cosas con permiso.
A respetar las normas y las costumbres de otros.
A cuidar las cosas (las suyas y las de los demás).
A ser organizado y recoger las cosas que utiliza.

Valores 

Amabilidad:
ser cariñoso y gentil con uno mismo y con los demás. La mejor manera de enseñarles esto, es a través del ejemplo que los padres mostramos a diario. Dar gracias frente a los halagos o préstamos, compartir juguetes con los compañeros y mostrar afecto hacia los amigos serían algunos métodos.
Respeto a la diversidad: todos somos iguales independientemente de la apariencia física, el color de la piel o las costumbres que tengamos. Debemos mostrar a nuestros hijos una cultura sana y abierta, donde la comprensión y la solidaridad vayan de la mano. Leer cuentos sobre otras culturas, viajar a lugares distintos o llevarlos a campamentos de verano, serían actividades muy recomendables para su fomento.
Obediencia: todo el mundo necesita ceñirse a una serie de normas que distinguen lo autorizado de lo que no. Una forma de enseñar a los niños este valor es explicarles el por qué de las órdenes.
Amor a la naturaleza: la mejor manera para que los pequeños aprendan este amor es enriquecer sus vivencias, planificar actividades al aire libre, ya sea en montaña, campo o playa. Fomentar que ellos mismos pregunten cómo cuidar su entorno les ayudará a afianzar este amor.

Amistad:
es uno de los valores más importantes, el que más falta nos hará a lo largo de toda nuestra vida. Por ello, debemos hacer hincapié en crear y fortalecer las relaciones sociales de nuestros hijos. Invitando a los amiguitos a casa, fomentando el compañerismo en clase y en el parque, estaremos ayudando a su desarrollo.

Tolerancia:
debemos enseñar a nuestros hijos que es muy importante escuchar a los demás, intercambiar ideas sin peleas, y respetar cualquier opinión aunque no la compartamos.

Perseverancia:
es muy importante enseñar a los hijos a levantarse si algo no les sale bien y a volver a realizarlo tantas veces como sea necesario para conseguir el objetivo.

Respeto al bien común:
debemos enseñar a nuestros hijos el valor de las cosas. Es importante enseñarles a cuidar su entorno: respetar parques, usar papeleras, etc. Pero también, hay que explicarles el cuidado a los objetos.»

Leído enhttps://www.imageneseducativas.com/cosas-que-los-ninos-deben-aprender-en-casa-y-no-en-el-cole/

(no figura la fuente-origen)

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