Si tienen tiempo para leer…

2018
Pocas figuras del espectáculo o de otros palos han suscitado tanta piedad, conmiseración o sincera compasión como Marilyn Monroe, cuya mítica nombradía no cesa ni mengua con los años, ni es opacada por las nuevas figuras que la industria del enterteinment le propone e impone a las masas postmodernas. Seguimos intentando vanamente reparar el daño que impiadosamente tuvo que padecer y darle siquiera un poco de amor, ese don tan esquivo y elemental. Nuestra Marilyn fue ciertamente la encarnación de un muñeco inolvidable, un estereotipo icónico y pregnante que no careció de pliegues escondedores.
Sucesora directa de las “rubias de la Fox”, conjugó dos arquetipos solidarios: la rubia tonta -que ni es rubia, ni es tonta- y la bomba sexy. Su voz pequeña, sus curvas tentadoras, su impostada inocencia, su desvalimiento y sus cristalinos razonamientos conformaron una artillería invencible. Por algún lado…
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