El Retrato Oval -Edgar Allan Poe

m. 7 de octubre de 1849

Retratoval

El castillo al que mi criado se había atrevido a entrar por la fuerza antes de permitir que, gravemente herido, pasara yo la noche a la intemperie, era una de esas edificaciones donde se entremezclan lo lúgubre y lo grandioso y que durante tanto tiempo se han alzado con aire de desaprobación en los Apeninos, no menos reales que en la imaginación de la señora Radcliffe.

El lugar parecía recién abandonado. Nos instalamos en uno de los departamentos más pequeños y menos suntuosamente amueblados, ubicado en una remota torre del castillo.

Su decoración era rica, pero gastada y antigua. Las paredes estaban cubiertas de tapices y adornadas por trofeos heráldicos, junto con una insólita cantidad de alegres pinturas modernas en marcos con opulentos arabescos de oro.

Esas pinturas, que colgaban no sólo de las paredes principales sino en el cúmulo de nichos que exigía la extraña arquitectura del castillo, despertaron mi profundo interés, tal vez causado por un incipiente delirio; y como ya era de noche le pedí a Pedro que encendiera las velas de un alto candelabro ubicado a la cabecera, y que abriera de par en par las orladas cortinas de terciopelo negro que rodeaban la cama.

Deseaba que se hiciera todo eso para poder resignarme, si no a dormir, por lo menos a contemplar alternativamente esas pinturas y a leer cuidadosamente un pequeño volumen que había encontrado sobre la almohada y que contenía la descripción y la crítica de los cuadros.

Leí durante largo, largo rato, y con mucha, muchísima devoción. Rápida gloriosamente volaron las horas y llegó la profunda medianoche. La posición del candelabro me incomodaba y para no molestar a mi adormecido criado, estiré el brazo con dificultad, y lo moví para que la luz cayera de lleno sobre el libro.

Pero el movimiento tuvo un efecto completamente inesperado. Los rayos de las numerosas velas (porque eran muchas) iluminaron un nicho de la habitación, que hasta ese momento la sombra de una de las columnas de la cama mantenía en la más profunda oscuridad.

Así vi, a plena luz, una pintura que hasta entonces me había pasado desapercibida. Era el retrato de una jovencita ya a punto de convertirse en mujer.

Miré apresuradamente el cuadro y enseguida cerré los ojos. En un primer momento, ni yo mismo comprendí por qué lo había hecho. Pero mientras mantenía los párpados cerrados, traté de analizar el motivo de mi conducta.

Fue un movimiento impulsivo para ganar tiempo y poder pensar, para asegurarme de que mi vista no me hubiera engañado, para tranquilizar y dominar mi fantasía antes de volver a contemplarlo con mirada más serena y segura. A los pocos instantes, volvía a mirar fijamente la pintura.

Ya no podía ni quería dudar de mis ojos; porque el primer reflejo de la luz de las velas sobre esa tela disipó la modorra que se apoderaba de mis sentidos, y el sobresalto me despertó por completo.

Como ya he dicho, el retrato era de una jovencita. Sólo aparecían la cabeza y los hombros, pintados de la manera denominada vignette; muy al estilo de las cabezas favoritas de Sully.

Los brazos, el pecho y hasta las puntas del pelo radiante, se fundían en la sombra vaga pero profunda del fondo del retrato. El marco era ovalado, exquisitamente dorado y con filigranas de estilo morisco. Como obra de arte, nada podía ser más admirable que la pintura en sí. Pero lo que vehementemente me emocionó no fue la ejecución de la obra ni la inmortal belleza del semblante retratado.

Y menos aún que mi fantasía, sacudida de su modorra, hubiera confundido esa cabeza con la de un ser viviente. Comprendí de inmediato que las peculiaridades del diseño, de la vignette y del marco, hubieran rechazado instantáneamente esa idea… hasta hubieran impedido que la acariciara un sólo momento.

Permanecí casi una hora, a medias sentado, a medias reclinado, con la mirada clavada en el retrato y pensando en esos puntos. Por fin me dejé caer en la cama, convencido de haber descubierto el secreto del efecto que me provocó la pintura.

El hechizo del cuadro radicaba en la total apariencia de vida de la expresión de la joven, que primero me sobresaltó y terminó por confundirme, subyugarme y consternarme. Con temor profundo y reverente, volví a colocar el candelabro en su anterior posición. Habiendo alejado de la vista el motivo de mi profunda agitación, tomé con ansiedad el libro que se refería a las pinturas y sus historias.

Busqué el número que designaba el retrato oval, y leí estas vagas y curiosas palabras:

“Era una doncella de singular hermosura, y tan cautivante como alegre. Y malhadada fue la hora en que vio, y amó y desposó al pintor.

Él, apasionado, estudioso, austero, tenía ya una esposa en el Arte; ella, una doncella de singular hermosura y tan cautivante como alegre: toda luz y sonrisas, y juguetona como un cervatillo; que amaba y apreciaba todas las cosas, odiando tan solo al Arte que era su rival, sólo temerosa de las paletas y los pinceles y todo otro instrumento que la privara de la presencia de su amante.

Por lo tanto, terrible fue para ella oír hablar al pintor de su deseo de retratarla. Pero era humilde y obediente y durante muchas semanas posó con mansedumbre en el alto y oscuro aposento de la torre donde la luz sólo se colaba de lo alto sobre la pálida tela.

Pero él, el pintor, se exaltaba en su trabajo, que continuara de hora en hora y de día en día. Y era un hombre apasionado, turbulento y melancólico que se perdía en sus ensueños; hasta el punto de que se negaba a ver que esa luz espectral que entraba en la torre solitaria marchitaba la salud y la vivacidad de su esposa que languidecía a ojos vistas.

Sin embargo ella sonreía y sonreía, sin quejas porque notaba que el pintor -hombre muy renombrado- trabajaba con un placer fervoroso y ardiente, afanándose día y noche por retratar a aquella que tanto lo amaba y que, sin embargo, cada día estaba más débil y decaída.

Y en verdad, los que contemplaban el retrato comentaban en voz baja el parecido, como una extraordinaria maravilla y a la vez una demostración tanto de la capacidad del pintor como de su profundo amor por aquella a quien con tanta excelencia retrataba.

Pero al fin, a medida que el trabajo se acercaba a su conclusión, ya no se admitió que nadie entrara en la torre, porque el ardor de su trabajo había exaltado a tal punto al pintor, que rara vez apartaba la mirada de la tela, ni siquiera para contemplar el semblante de su esposa. Y no quería ver que los matices que extendía sobre la tela, los extraía de las mejillas de aquella que a su lado se sentaba.

Y cuando transcurrieron semanas y quedaba poco por hacer salvo, una pincelada en la boca y un trazo de color en los ojos, el espíritu de la dama de nuevo titiló, como la llama en el tubo de la lámpara.

Y entonces la pincelada estuvo dada y el trazo de color aplicado y durante un instante el pintor contempló como en trance la obra concluida.

Pero al instante siguiente, mientras todavía la contemplaba, tembló, y palideció, espantado, y exclamó a voces: “¡Ésta sin duda es la Vida misma!”. Y de repente se volvió a mirar a su amada¡Estaba muerta!”

Leído en: soydondenopienso.wordpress.com/2007/07/31/poe-el-retrato-oval/

¿Cómo puede uno reconocer la voz de su alma? – Por Yosef Y. Jacobson

Hablar del «alma» parece que sólo es posible por medio de alegorías. Aquí dos muy bellas…

La historia cuenta sobre un rey que una vez decidió premiar a un campesino que le había brindado un gran servicio. «¿Debería darle una bolsa con monedas de oro? ¿Una bolsa con perlas?» pensó el rey. «Pero esto no significa nada para mi. Yo quiero, por primera vez, darle realmente algo que voy a extrañar, un regalo que constituya un sacrificio para mi»

Ahora, este rey tenía un ruiseñor que le cantaba las canciones más dulces que el oído humano haya oído. Él atesoraba a este ruiseñor por encima de todo, y literalmente encontraba su vida imposible sin él. Así que él convocó al campesino a su palacio, y le dio el pájaro. «Esto», dijo el rey, «es en aprecio a tu lealtad y devoción». «Gracias, Su Majestad», dijo el campesino, y llevó el regalo real a su humilde hogar.

Un tiempo después, el rey estaba pasando por el pueblo de este campesino y le ordenó a su chofer frenar frente a la puerta del campesino. «¿Cómo disfrutas de mi regalo?», le preguntó a su querido sujeto. «A decir verdad, Su Majestad», dijo el campesino, «la carne del ave estaba un poco dura, de hecho casi incomible. Pero la cociné con muchas papas, y le dio al guiso un sabor interesante»

Un sabio llora

La historia de Iosef revelándose a sus hermanos luego de décadas de amarga separación, es una de las más dramáticas de toda la Torá. Veintidós años antes, cuando Iosef tenía diecisiete años, sus hermanos lo raptaron, lo tiraron a un pozo, luego lo vendieron como esclavo a los mercaderes egipcios. En Egipto, estuvo doce años en prisión, desde donde se alzó para convertirse en virrey del país. Ahora, luego de más de dos décadas, el momento para la reconciliación había llegado.

«Iosef no pudo contener sus emociones», la Torá relata en la porción semanal. Echó a todos los asistentes egipcios de la recámara. «Y comenzó a llorar tan fuertemente que hasta los egipcios que se encontraban afuera podían escucharlo. Y Iosef le dijo a sus hermanos: «¡Yo soy Iosef! ¿Mi padre sigue vivo?. Sus hermanos quedaron tan atónitos, que no pudieron responder».

El Talmud relata, que cada vez que el gran sabio Rabí Elazar llegaba a este versículo, «Sus hermanos estaban tan atónitos que no pudieron responder», explotaba en llanto. Rabí Elazar solía decir,»Si la reprimenda de un hombre de carne y hueso (Iosef) es tan poderosa que causa tanta consternación, la reprimenda del Di-s (cuando llegue) será mucho mayor y causará mucha más vergüenza»

Pero, dos puntos en la declaración de Rabí Elazar, parecen estar errados. Para empezar, el versículo no dice que Iosef los reprimió. El versículo declara meramente que «Iosef le dijo a sus hermanos: ¡Yo soy Iosef! ¿Mi padre sigue vivo?». Esto no suena como una reprimenda.

Segundo, la comparación entre la reprimenda de Iosef a sus hermanos y la reprimenda de Di-s hacia la humanidad parece exagerada. Los hermanos en persona vendieron a Iosef a la esclavitud, subyugándolo al peor tipo de abuso. Por lo tanto, estaban completamente en shock cuando finalmente se enfrentaron a él. Ninguno de nosotros ha hecho algún enfrentamiento similar con Di-s, como para experimentar tal pavor hacia la reprimenda de Di-s.

El soñador inocente

Para entender esto, debemos recordar la idea establecida numerosas veces que todas las figuras representadas en la Torá no son sólo gente física que vivió en cierto período de tiempo. Ellas también personifican particulares fuerzas psicológicas y espirituales, que existen continuamente dentro del corazón humano.

Iosef es descrito en la Torá como un muchacho bello y elegante, «hermoso de figura y hermoso de aspecto» y como «el dueño de los sueños». De acuerdo a la Kabalá, Iosef simboliza la pura y sagrada alma del hombre, y las travesías y trayectos de Iosef, reflejan los caminos individuales del alma humana.

Por ende, para entender la historia de Iosef, debemos entender la naturaleza de nuestra propia alma.

Una imagen del alma
Aún así, a pesar de la enorme literatura que quiere desaprobar la existencia del alma, los humanos no nos sentimos satisfechos con la descripción de que somos meras máquinas sofisticadas. La»máquina» por alguna razón, se niega tercamente a aceptar que es una máquina y busca más.

¿Qué es lo que el hombre busca?
Experimentamos con muchos comportamientos para poder llenar ese vacío. Nos engranamos con auto gratificaciones, con hacer dinero, con ganar poder y respeto, pero nada de eso lo soluciona. Nos recorremos el mundo, literalmente y figurativamente, y nos damos cuenta que las localidades con las que nos encontramos, llamémoslas gente, cosas, eventos, circunstancias, situaciones, no son los puntos en los cuales podemos descubrir ese algo que pareciera que hemos perdido.

Estamos buscando a nuestras almas
Pero la verdad es que no es una masa de gente, hay algo más en esto, que es la razón por la cual no la llamamos «muchedumbre» sino, «ejército».

La ciencia puede articular el «cuerpo» del ejército, no su alma: su interna identidad, su razón de existir, ese hilo invisible que transforma a millones de personas en una cohesiva entidad.

La vida humana, también, precisa un alma. El alma humana constituye aquella dimensión dentro nuestro que experimenta el singular objetivo de la vida humana, sincronizando las dimensiones del organismo humano y los fragmentados componentes de nuestras vidas diarias con el todo integrado. La vida sin el reconocimiento del alma es como un músico tocando notas cualesquiera sin una visión y un mensaje integrándolas en una singular balada.

Y la «personalidad» y ambiciones del alma son bastante únicas. En el Tania, Rabí Shneur Zalman de Liadi define al alma como una llama que desea salir de su mecha y besar los cielos.»El alma», escribe, «constituye el interrogante del hombre de trascender los parámetros de su ego y estar absorto en la fuente de toda la existencia». El alma prevé el propósito de la vida de convertirse uno con lo Divino.

El Kabalista Rabí Elazar Azkari escribió una plegaria, que describe al alma con las siguientes palabras:«Mi alma está enferma de amor por tí; Oh Di-s, te suplico, por favor cúrala mostrándole la dulzura de Tu esplendor; luego será vigorizada y sanada, experimentando la alegría eterna».

El alma, en otras palabras, constituye esa dimensión de nuestro psiquis que no precisa el auto agrandamiento, dominancia y excesivo materialismo. Desprecia la política, manipulación y deshonra; y rechaza el comportamiento no ético y las falsas fachadas.

¿Cuales son sus aspiraciones? El alma anhela un solo deseo: seguir siendo lo que es, un «fragmento» de Di-s en la tierra, un reflejo de Su dignidad, integridad, misterio e infinidad.

Abuso
Aún así, ¿Cuántos somos concientes de la existencia de tal dimensión en nuestra personalidad? ¿Cuántos de nosotros han prestado atención a las necesidades de nuestra alma? En respuesta a los sueños que nunca terminan del alma y a los deseos que confunden nuestra agenda egocéntrica y disturben nuestros anhelos de un instante de gratificación, muy frecuentemente tomamos al «Iosef» dentro nuestro y lo tiramos a un pozo. Atentamos relegar sus sueños y pasiones a las bodegas subconscientes (el pozo) de nuestro psiquis.

Cuando eso no funciona, porque podemos todavía oír nuestras silenciosas súplicas de cambiar la dirección de la vida, vendemos a «Iosef» como esclavo a gente extraña, dejando que nuestras almas queden subyugadas a las fuerzas que nos conducen y que son forasteras a su propia identidad.

Exposición
Sin embargo, en cada una de nuestras vidas el momento llega cuando nuestro «Iosef» interno, quien ha sido forzado a ocultar su verdad por tantos años, emerge de lo oculto y nos revela su propia identidad. En ese momento, comenzamos a descubrir su belleza pura y profunda de nuestra alma y nuestros corazones se llenan de vergüenza.

La humillación que los hermanos experimentaron cuando Iosef se les reveló, no provenía del hecho que él los reprimió por haberlo vendido como esclavo. La mera apariencia de Iosef constituyó para ellos la amonestación más poderosa: Por primera vez se dieron cuenta quién era el que habían subyugado a tal horrible abuso y sus corazones se derritieron en vergüenza.

Similarmente, Rabí Elazar estaba diciendo, cuando llegue el día vamos a darnos cuenta la santidad espiritual y Divina de nuestras personalidades internas, vamos a estar completamente asombrados. Vamos a preguntarnos una y otra vez, ¿Cómo pudimos dejar que esta inocente y bella alma sea arrojada al oscuro y tenebroso pozo?

¿Cómo pudimos permitirnos agarrar a este profundo ruiseñor, capaz de producir la más bella de las músicas, y faenarlo como un pollo?

Por Yosef Y. Jacobson

El rabino Yosef Y Jacobson ha dictado cursos y conferencias sobre jasidismo a público judío y no judío en seis continentes y veinte estados es el autor de la serie “El cuento de dos Almas”.
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Cuentos de Navidad (vía Purocuento)

No se pierdan de leer los cuentos, recopilados por Purocuento, en:

https://teecuento.wordpress.com/category/cuentos-de-navidad/

ALBRICIAS

Ahora, que Remigio Sol ha regresado a su blog, estoy siguiendo estos intrigantes capítulos de «Albricias». Se los recomiendo!

Remigio Sol

ALBRICIAS

CHÁPTER 1

El paso del tiempo convierte la leyenda en historia y la historia en leyenda.

No sabemos ya en nuestros días qué sucedió en la realidad del pasado. Hay muchos secretos escondidos en las casas abandonadas de las aldeas sin nombre que abundan en algunas regiones del mundo.

Después de doce años de ausencia, entró Mauricio a las ruinas de la choza que en su infancia había sido su hogar. Se sentó en una piedra a esperar a los escasos vecinos que aún quedaban y venían a darle la bienvenida.

Tus tíos que te criaron murieron al poco tiempo de que tus primos se fueron también al norte —le informó Don Sebastián, el herrero de la aldea—. Vengo a pedirte un favor muy grande, Mauricio.

Dígame en qué puedo ayudarlo, Don Sebastián.

¿Todavía te gustan los caballos?

Sí, Don Sebastián; me gustan aún más…

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¿Fiesta? — Estación de micros

bue-ní-si-mo, además me hizo reír…

Harta de rechazar invitaciones navideñas ese año probó una nueva estrategia. Accedió sin objeciones a todos los planes que le proponían. Simultáneamente, en el anochecer del 24, cada casa recibió envases térmicos con la siguiente indicación: Me ahorré la excusa pero no la comida. Prepara la vianda sin chistar. El niño Jesús te ama y […]

via ¿Fiesta? — Estación de micros

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