«Una Cartita a los Reyes Magos Voy a escribir una cartita
muy pequeñita muy pequeñita
y con la letra redondita
escribiré escribiré
a los señores reyes magos
que son los tres
siempre los tres
a los señores reyes magos
que ya se vienen desde Belén»
Letra de una canción del adorable Topo Gigio, quien les pide una bolsa grande grande de… AMOR!
PD: Recuerdo muy vívidamente cuando, de pequeña, dejaba -en la galería cubierta frente al jardín- un manojo de pasto y un cuenco con agua… para los camellos! Los Reyes me trajeron un moisés de alambre forrado en plástico rosado y tantas cosas más a través de mis infantiles años!
Si te gusta lo visto o leído... Podés compartirlo!:
«Diego, Walter Benjamin, el norte y el sur – Un congreso de filosofía en Alemania y una pelea de alto voltaje sobre Maradona, el insolente capaz de plantársele a los poderosos del futbol, de la economía y del espectáculo circense. Por Ricardo Forster*
Foto: Página/12
(Primeramente, el autor nos contextualiza acerca de cuándo y cómo ocurre lo que pasa a relatar) «… Fue precisamente en uno de esos almuerzos, que en esa ocasión compartimos concuatro académicos italianos, cuando el nombre de Maradona rompió la serena conversación de filósofos que hablaban de Benjamin y sus múltiples derivas que nos podían llevar a la Alemania nazi o a la revolución rusao a recorrer las estéticas del barroco o a la experiencia del exilio y el suicidio. Una conversación fluida, algo erudita pese a ciertos desajustes idiomáticos, amablemente intensa pero sin asomo de conflictos o disidencias hasta que, ya no recuerdo quien -sospecho que fuimos los argentinos los que rompimos la monotonía académica- deslizó la palabra fútbol y, como no podía ser de otro modo, eso derivó en las campañas del Napoli y en la demasiado reciente eliminación de Italia en el mundial que ellos mismos habían organizado imaginando una final entre Italia y Alemania sin siquiera poder soñar la pesadilla de Goycochea atajando penales y un relator italiano inmortalizando el “siamo fuori” mientras Maradona y sus compañeros se abrazaban en un estadio napolitano en completo silencio sufriendo por la eliminación de la azzurra y, secretamente, disfrutando con el colosal triunfo del Diego que volvía a concretar una hazaña inimaginable.
Tres de los italianos eran del norte, uno de Milán, otro de Turín y, si no recuerdo mal, el tercero de Florencia; el cuarto era de Nápoles. Nicolás y yo hicimos una cerrada defensa de Maradona y, para nuestra sorpresa e incredulidad, los tres italianos del norte dejaron su amabilidad y comenzaron a descalificar a Diego con palabras cargadas de resentimiento y racismo.En ellos ya no había erudición ni melancolía por una modernidad en crisis que había cobijado la filosofía de Benjamin. De la posmodernidad insulsa y relativista pasaron, sin estaciones intermedias, a las diatribas más oscuras y antipopulares.El cuarto italiano, el oriundo de Nápoles, se puso hecho una fiera y salió en nuestra defensa. Con pasión habló largamente de Maradona y del fervor sacramental que había despertado en el pueblo de su ciudad. Habló también de la reparación histórica que para los meridionales había significado destronar a la Juventus y a los otros equipos del norte que siempre se repartían los campeonatos y las riquezas mientras en el sur dejaban la miseria y el abandono. Con recursos que no parecía poseer siendo como era un sereno especialista en la filosofía alemana de entreguerras, se lanzó a vindicar aun Maradona convertido, por obra y gracia de la devoción, en el heraldo de los desclasados y de los derrotados, en el redentor de los negros de la historia y en el insolente capaz de plantársele a los poderosos del futbol, de la economía y del espectáculo circense.
Los otros tres profesores de filosofía, muy elegantes y refinados, a los gritos intentaron acallar el elogio olímpico que el filósofo napolitano estaba ensayando de un Maradona convertido, de repente, en el centro de un litigio cultural y político.Todo el desprecio de los filósofos del norte se dirigió a defenestrar a Maradona, a su conducta extravagante, a sus veleidades de semidios entronizado por la camorra para terminar reivindicando la superioridad del norte frente al sur africanizado. Nicolás y yo, por supuesto, cerramos filas con el ya entrañable amigo napolitano y, de no haber mediado la intervención de otros filósofos neutrales, creo que uno fue Michael Löwy –gran especialista de origen brasileño en Benjamin y residente desde hacía décadas en París- y el otro el presidente del congreso, el profesor Glüber si mal no recuerdo, quienes literalmente lograron separarnos y serenar los ánimos, aquella comida de camaradería hubiera terminado muy mal.
Lo sorprendente había sido que un almuerzo que transcurría serenamente y sin ninguna señal que anticipara lo que iba a ocurrir pocos minutos después, culminó en una casi batalla campal de dos argentinos y un napolitano contra tres desencajados filósofos del norte que, apenas escucharon el nombre de Maradona, se transformaron en bizarros portadores de los peores improperios clasistas y racistas. Una vez más el santo y seña de“Maradona” había funcionado como aglutinador de una nueva fraternidad entre dos sudacas y un meridional contra la soberbia de un norte germanizado y cargado de rencor y resentimiento contra el pobrerío venido del sur tanto de América como de la península. Nosotros, junto con un Maradona imaginario, pasamos a ser, para los filósofos de Milán, Turín y Florencia, oscuros africanos portadores del atraso y la incultura. Ya no se hablaba de Benjamin, de la lectura a contrapelo de la historia de los vencidos que caracterizó su pensamiento filosófico-político, sino que, arrojando al berlinés al tacho de basura, se dedicaron a oponer, una vez más, la eterna disputa entre la civilización -que ellos representaban- y la barbarie -que a la sazón era representada por Maradona-.
Nosotros, maradonianos, éramos, para ellos, incurables portadores de irracionalismo tercermundista.Aquel día sellamos un acuerdo con el único de los cuatro filósofos italianos que se mostró a la altura de una visión benjaminiana de la historia, aquella que defendía a los débiles, a los desarrapados y a los plebeyos todos reunidos en el nombre redentor de Diego Armando Maradona: el dios de los napolitanos y el eterno gambeteador de las injusticias, los poderes y las hipocresías de los dueños de la riqueza y de la pelota y que, otra vez, volvió al potrero de Fiorito del que nació el maldito entre los malditos, aquel que osó desafiar a los “civilizados” para recordarnos aquella frase de Benjamin que decía “que todo acto de cultura es, al mismo tiempo, un documento de barbarie” . Sin apenas darnos cuenta fuimos, Nicolás y yo, testigos y partícipes de un partido que se sigue jugando desde el fondo de la historia: el de los plebeyos representados por un demonio llamado Maradona y el de los poderosos y opulentos incapaces de comprender de qué lado está la verdad, la justicia y la belleza.»
En un esfuerzo por asimilar la noticia de su muerte, me pasé el día leyendo notas, mirando fotos y videos acerca «del Diego». Aquí, en este blog, tengo guardadas algunas de sus frases famosas…
Ordenadas alfabéticamente, para mi amigo Jorge, quien se ríe mucho con los dichos del Diego… ingeniosas salidas que le brotan en su espontáneo hablar… y nos causan mucha risa…
¿El primer gol a Inglaterra? Fue la mano de Dios. Les ofrezco mil disculpas a los ingleses, de verdad, pero volvería a hacerlo una y mil veces. Les robé la billetera sin que se dieran cuenta, sin que pestañearan.
¿Me van a contar a mí cómo es Juan Simón (ex-futbolista arg.)? Lo conozco hace diez años. Es capaz de tomarle la leche al gato.
¿Yo en contra de los homosexuales? Para nada. Es mejor que existan porque así dejan más mujeres libres para los que somos de verdad machos.
A los contras quiero que Cristina (ex-presidenta argentina) los pelee como los peleaba Néstor.
A los políticos les saco una ventaja. Ellos son públicos, yo soy popular.
Pocas figuras del espectáculo o de otros palos han suscitado tanta piedad, conmiseración o sincera compasión como Marilyn Monroe, cuya mítica nombradía no cesa ni mengua con los años, ni es opacada por las nuevas figuras que la industria del enterteinment le propone e impone a las masas postmodernas. Seguimos intentando vanamente reparar el daño que impiadosamente tuvo que padecer y darle siquiera un poco de amor, ese don tan esquivo y elemental. Nuestra Marilyn fue ciertamente la encarnación de un muñeco inolvidable, un estereotipo icónico y pregnante que no careció de pliegues escondedores.
Sucesora directa de las “rubias de la Fox”, conjugó dos arquetipos solidarios: la rubia tonta -que ni es rubia, ni es tonta- y la bomba sexy. Su voz pequeña, sus curvas tentadoras, su impostada inocencia, su desvalimiento y sus cristalinos razonamientos conformaron una artillería invencible. Por algún lado…