Sobre “lo que en un sujeto hace familia”…
Qué factor define a una familia?, por Sergio Zabalza *, para P12–Psicología
¿Cuál es el factor último y definitivo por el que una familia se constituye como tal?

Es llamativa la amplitud del abanico de respuestas que se despliega ante esta pregunta. Para empezar por lo más obvio, podemos empezar por la referencia a los lazos de sangre. Pero pocos podrían sostener con seriedad semejante argumento: la adopción de niños, o las parejas compuestas por cónyuges con hijos habidos en otras relaciones, para mencionar sólo algunos ejemplos, dan testimonio de prácticas sociales que desalojan al factor biológico como elemento fundante de una familia.
Una respuesta menos tonta, siempre en cuanto al elemento que define una familia, se orientaría por exigir de las personas involucradas en la crianza de un niño una relación sexuada: una relación que alberga, sea en el pasado o en el efectivo presente, la consumación del acto sexual. Sin embargo, tampoco esta posibilidad se sostiene con solidez: basta mencionar el ejemplo que nos brindan las familias adoptivas monoparentales.
A poco que reflexionamos sobre nuestro desalentador recorrido, advertimos que nos hemos guiado por indicios externos al niño: en efecto, ni el lazo biológico ni la relación sexuada de los agentes a cargo de su crianza atestiguan el compromiso del sujeto. Ensayemos entonces un paso más. Indaguemos por el legado: desde esta perspectiva, un sujeto estaría incluido en un grupo familiar en virtud de los dones que el Otro –cualquiera sea lo que aquí se incluya–, le ha brindado o esté dispuesto a proveerle en un futuro. Pero con esto tampoco hemos mejorado mucho: una nodriza que haya provisto los primeros cuidados, o un grupo de amigos que haya brindado amor, no bastan para hacer familia. Y un niño o un joven pueden recibir un mundo sin que esto signifique nada para ellos.
Precisemos entonces nuestra pregunta de forma tal que la implicación subjetiva oriente nuestra búsqueda: ¿qué es lo que en un sujeto hace familia?
Al hablar de la transmisión de un deseo que no sea anónimo, Jacques Lacan (“Dos notas sobre el niño”, en Intervenciones y textos 2, ed. Manantial) introduce la función del nombre propio, junto al interés libidinal. Pero lejos está el nombre propio de abarcar el ser o la esencia de una persona; su particular resonancia apenas basta para designar el enigma sobre un origen. ¿Alcanza un vocablo compartido para atrapar lo que en un sujeto hace familia?
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